«Voy a hablar de Herralde, de manera que me calzo los zapatos de plomo. Mi experiencia me advierte que al editor-propietario de la Yoknapatawpha anagrámica ningún elogio le parece suficiente. Igual que les sucede a muchos autores, a don Jorge le agradan las buenas críticas, pero nunca con el grado y la intensidad con que le enfadan las más pequeñas censuras. Los que lo conocen saben que su ego es tan poderoso y extenso como ese admirable -y envidiado- catálogo construido con pasión y fervor, y otra vez pasión, a lo largo de cuarenta años. En él lleva impresos sus gustos y, en cierto modo, su biografía adulta, igual que el arponero Queequeg llevaba tatuada en su cuerpo la cosmología de su pueblo.» Ler na íntegra no El País.
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